IX- EL PEQUEÑO PAÍS


IX

 EL PEQUEÑO PAÍS

Cuando estoy en casa solo,
me canso y no estoy contento;
entonces cierro los ojos
y navego por los cielos - 
y así llego navegando
hasta el País de los Juegos;
hasta el país encantado
donde viven los Pequeños;
donde un trébol es un árbol
y los charcos son océanos,
las hojas barcos minúsculos
que hacen viajes de recreo,
y sobre las margaritas,
por el heno,
zumbando Don Abejorro
va de vuelo.

Paseo por este bosque 
y voy de un lado a otro lado;
veo a la araña y la mosca
y a las hormigas cargando
con su comida, que avanzan
por caminos sombreados.
Me monto en la mariquita
como si fuera un caballo.
Puedo trepar a lo alto
de los tallos
y ver a la golondrinas
ir pasando,
y al sol, que va dando vueltas
y de mí no hace ni caso.

Paseo por este bosque
 hasta que en un charco veo
reflejados claramente
como si fuera un espejo
libélulas, margaritas,
y a mí mismo, tan pequeño.
Si una hoja a la deriva 
a mi lado cae al suelo,
me embarco en tan fino bote
y por el charco navego.

En el césped de la orilla
hay hombrecitos sentados;
son seres de ojos amables
que me miran asombrados.

Los hay con corazas verdes
- (¡seguro que son soldados!)-
y los hay multicolores:
negro, rojo, azul, dorado;
los hay con alas, y escapan; -
pero todos son simpáticos.

Cuando vuelvo a abrir los ojos,
todo lo que veo es feo:
puertas y armarios enormes,
grandes paredes y suelos;
gente grande en los sillones
con hilvanes y remiendos,
y que no paran  de hablar
tonterías todo el tiempo.
Pobre de mí,
yo que fui
en el charco marinero
y trepador en el trébol,
y a la vuelta un dormilón
¡que cae en la cama igual que un lirón!